Yanguas y Miranda es una newsletter en la que Naia Carlos (filóloga, cerebro gordo) plantea un libro al que Marcos Echávarri (diseñador, hombre del renacimiento) tiene que responder con alguna película que se le ocurra. A veces discos. A veces será al revés.
Bueno para este post me toca proponer a mí (Marcos) y quería hablar de uno de mis discos favoritos del año; The New Sound de Geordie Greep. ¿Por qué? pues porque es la puta crema. Tiene de todo: jazz jodido, arrebatos crooner, vals, salsa, ruido infernal, bossa nova…, me parece increíble. No se muy bien con que lo vas a relacionar la verdad, es complicado.
Para ponernos en antecedentes hay que hablar antes de Black Midi que es una banda bien loca en la que militaba el bueno de Geordie con otros tres, que fundaron siendo unos críos (de verdad, miraos el directo que he puesto más abajo, es hasta entrañable) y que tuve la suerte de ver una vez en Donosti con mi amigo Julen cuando recién se acababa de sacar el carnet de conducir. Nos plantamos un día en Donosti en un todoterreno que tenía tipo micromachine y allí nos aplastamos, en Tabakalera, en un concierto que recuerdo especialmente masculino (solo había jambos en el público) y en el que el bajista llevaba una camiseta de Rosalía (así si!). Punto para él. Black Midi hacían, en pasado, porque creo que ahora ya lo han dejado, una especie de posttodojazznoiseprogresivocore muy chulo y en su momento quemé mucho su primer disco (creo que lo tengo por ahí y todo). El problema que tenían es que, para mi gusto, a veces eran demasiado pajeros y las canciones se iban de madre y no conseguían mantenerme atento del todo, así que, paulatinamente, me dejaron de interesar. Pero The New Sound es otra cosa.
Es otra cosa porque parece que las canciones están destiladas en una forma más pura. Es elegante y es exuberante, es barroco y es elegante otra vez. Es música para bailar y cantar con la camisa metida por dentro. Pero ojo, hay peligro también. Hacia la mitad del disco la cosa se pone peluda y la verdad es que pincha como beso de tía abuela. Además tiene una portada muy bonita que a Julen (el de antes) le ha gustado mucho. Ah, y si miras en su instagram (@emperorgreep) verás que le encantan los monos, como a quien suscribe.
También tiene la que para mí es la mejor canción del año, “Holy, Holy”, que es un pepino de jazz de ascensor hipermusculado y hasta sexy que dura una eternidad (6 minutos y pico en nuestra era de déficit de atención) pero que se pasa volando entre vientos, salsa, solos y más términos musicales que no me sé. Me encanta. Creo que la voy a poner mucho estas navidades porque me pega también bailarla con una copa de champán en la mano y se me presta a conga. Si algún amigo mío de los que bookean festivales o conciertos me lee que sepa que me haría muy feliz si le trae por aquí cerca.
Lo dicho, te voy a dar bien la turra porque me la estoy poniendo mucho cuando me ducho. Espero no resbalar y morirme.
Mi prima Amaia dijo el otro día que la newsletter anterior era lo ÚNICO que le había gustado de todo lo que me había leído en la vida. Tócate los cojones, no sé qué pensar. En fin, yo tenía pensado hablarte de un libro, pero te has adelantado y has escrito antes que yo. Entiendo que esta va a ser la dinámica a partir de ahora. No quisiera jugármela yo con tu competitividad, a ver cómo acaba esto.
Me he puesto este disquito por encima y la verdad es que es una locura. No sé por qué, pero me ha sonado a navidad, como una especie de Michael Bublé puesto de LSD (en mi cabeza tiene sentido). Y esto me ha llevado a pensar directamente en un libro que se llama La señora Potter no es exactamente Santa Claus de Laura Fernández.
El libro es muy muy raro y yo no he leído nada parecido. La autora es catalana, pero crea un pueblo como anglosajón muy disparatado, un poco tipo Stars Hollow en el que todo el mundo es pizpireto y estrambótico. La premisa del libro es que una escritora llamada Louise Feldman acaba en este pueblo llamado Kimberly Clark Weymouth por casualidad y le inspira para escribir un cuento con título La señora Potter no es exactamente Santa Claus. Se hace súper famoso y el pueblo se convierte en algo así como un parque temático del cuento infantil. A mí, contado así, es una sinopsis que me interesa 0. La gracia del libro es cómo está contado todo esto porque también tiene esa energía de Michael Bublé de LSD. Es uno de los textos más originales que he leído en mi vida y la técnica de escritura es espectacular. Laura juega con la sintaxis y la moldea a su gusto, crea y crea subordinadas una dentro de la otra (que ya sabes que esto a mí me gusta mucho) que terminan funcionando de manera fascinante. Cuando lo leí pasé por varias sensaciones: dudaba de si me estaba gustando, lo odiaba, me emocionaba, me encariñaba… no me queda claro aún cuál es la sensación final.
El pero que tengo es que es muy largo (600 páginas) para semejante bizarrada y acaba desesperándote. Pero a la vez creo que esa es la gracia porque busca sacarte de quicio todo el rato y descolocarte. Yo es un libro que no me atrevo del todo a recomendar, pero si animaría a cualquiera a echarle un ojo. Una lecturita de unas cuantas páginas o de un fragmentito. Me he dado cuenta de que tengo el libro en Sangüesa, pero tengo un cacho que usé para una clase hace poco. Mírate esto, así comienza el libro (el título de cada capítulo es un resumen del propio capítulo):
1 En el que aparece por primera vez Stumpy MacPhail y, también, una madre que cree que su hijo está (TIRANDO SU VIDA POR LA BORDA) y, por supuesto, la rara y sin embargo famosa Louise Cassidy Feldman, autora de La señora Potter no es exactamente Santa Claus
Era una apacible mañana en la siempre desapacible Kimberly Clark Weymouth. Stumpy MacPhail acababa de servirse un café cargado, con doble de leche, doble de azúcar y una cucharadita de mermelada de melocotón. Mientras lo degustaba, chasqueaba los dedos, sus esqueléticos dedos de pianista torpe, y sonreía en dirección a la puerta. Su pequeña oficina, situada en una de las calles principales de la siempre desapacible y fría Kimberly Clark Weymouth, consistía en apenas una silla, la silla que el, en cierto sentido, un sentido casi infantil, atractivo agente inmobiliario ocupaba, una mesa, la mesa en la que descansaban su libreta de citas, su colección de facturas, una pequeña lámpara, un viejo ordenador y aún no el suficiente polvo como para provocar estornudos, y un puñado de estanterías, las suficientes como para forrar la pared que quedaba a su espalda. Dichas estanterías estaban repletas de anuarios de ventas de inmuebles del condado y de revistas de modelismo. Oh, y una de ellas, la afortunada, albergaba, un raído ejemplar de La señora Potter no es exactamente Santa Claus, la novela que había llevado a aquel del todo iluso tipo que maldecía en nombre de Neptuno, a aquel desapacible rincón del mundo. Louise Cassidy Feldman, la excéntrica y sin embargo famosa autora de La señora Potter no es exactamente Santa Claus, había ambientado aquella, su única novela para niños, en la siempre desapacible, fría y horrible Kimberly Clark Weymouth, porque había sido allí donde había dado con la retorcida idea de la misma. Fue durante uno de sus viajes a ninguna parte, esos viajes en los que, para escribir, se limitaba a extraer del maletero de su destartalado todoterreno una mesa de camping y colocarla en cualquier lugar, ponerle encima su máquina de escribir, o a menudo tan sólo una libreta, y sentarse, en una silla plegable, junto a ella, y (TEC) (TEC) teclear, o, simplemente (TAP) (TAP) (TAP), deslizar un lápiz sobre cualquiera página en blanco, que se había detenido en aquel desapacible, oh, todas aquellas ventiscas heladas, el cielo perpetuamente en blanco, aburrido de sí mismo, perlado, a ratos, de nubes en absoluto amables, lugar, y sin casi poder evitarlo, había dado con la mismísima señora Potter.
[...] Stumpy Macphail, sus dedos de pianista hundiéndose, ligeramente, en aquel café cargado, una galleta de lo más común entre ellos, sumergiéndose en la taza, recordó la historia de cómo Louise Cassidy Feldman había dado con la cafetería (LOU’S CAFÉ) en la que había conocido a la protagonista de su, aún por entonces inexistente, única novela infantil. La escritora conducía despreocupadamente su viejo y destartalado todotorreno, un todoterreno al que llamaba (JAKE), y andaba pensando en cualquier cosa, y en este punto a Stumpy siempre le había gustado pensar que andaba pensando en la ciudad subacuática que estaba construyendo en el sótano de su casa, en un intento por crear un vínculo indestructible entre su escritora favorita y él mismo, puesto que era el propio Stumpy quien estaba construyendo una pequeña ciudad subacuática en el sótano de su casa, cuando la nieve, literalmente, la rodeó. Porque así funcionaban las cosas en Kimberly Clark Weymouth. [...] Así que cuando toda aquella nieve apareció, de ninguna parte, y se estrelló contra el cristal delantero de su viejo todoterreno, su viejo todoterreno dijo (BASTA) y ella se dijo (OH, DE ACUERDO) y (NO ERES EL ÚNICO AL QUE ESTO NO LE GUSTA, JAKE), y se añadió, poniendo el intermitente, haciéndose a un lado, y exhalando una (FUUUUF) nube de humo, (YO TAMBIÉN NECESITO UNA TAZA DE CAFÉ). Café (UHM), pensó Stumpy, deteniendo un momento el recuerdo de aquella historia, la historia de cómo su escritora favorita había dado con aquel, su pequeño pueblo, para degustar su propia taza de café, su café con melocotón, aquella cosa. Mientras lo hacía, el recuerdo siguió su curso, y Louise Cassidy Feldman vislumbró, entre todo ese (FUUUUF) humo, un sitio libre en el atestado aparcamiento de un lugar llamado LOU’S CAFÉ, algo que la escritora se tomó como una señal (OH, ¿HAS VISTO ESO, JAKE?), se dijo, y sin que Jake tuviera tiempo de contestarle, aunque, pensándolo bien, después de todo, tampoco iba a poder hacerlo puesto que no era más que un todoterreno viejo, se añadió (ALGUNA OTRA LOUISE SE ME HA ADELANTADO Y HA MONTADO UNA CAFETERÍA EN ESTE LUGAR), y, sin otro remedio, aparcó, bajó, cerró de un (BLAM) portazo la puerta de aquel viejo todoterreno, y se encaminó a la cafetería, exhalando (FUUUUF) nubes de humo, y disparando en todas direcciones sus feas botas de montaña que, oh, no, jamás habían...
Ay, me está dando ahora como nostalgia. Me gustaría no haberlo leído para cogerlo esta navidad y pasar muchas horas con él. Si después de leer esto a alguien le ha interesado un mínimo, yo le animaría a probarlo. Con paciencia y mente abierta es una gozadera.